Si hay algo que adoro (ademas de claro, el ajo crudo picado, esa dulce ambrosía celestial) es leer, especialmente historias de terror o con finales desoladores, esas cuyas oraciones roban entre suspiros y latidos nuestra atención, aquellas que nos recuerdan que mucho por lo que luchamos es frágil y no durara por siempre. Este gusto es ciertamente algo masoquista visto desde ese punto (pero bueno, el humano es estúpido por naturaleza, ¿mi prueba?, este video, y por favor, inténtenlo en su casa), aunque también podríamos intentar filosofar un rato y pensar en la capacidad de estos relatos de tocar nuestra fibra mas sensible, de conmovernos mas con su oscuro horror que el mas feliz de los cuentos de hadas.
De aquel gusto por lo triste surge esta historia de mi propiedad, minimalista por necesidad (soy terrible profundizando personajes) y para mantener la tensión:
De
cómo el final llegó
Los
dos tomaron sus posiciones, esperando a que el otro hiciera el primer
movimiento. La batalla estalló: la bestia rasgaba, el hombre
golpeaba. Ambos rugían a su
propia manera. No podían recordar por que luchaban, pero ninguno
desistiría; deseaban sangre, derramarla y hacerla correr como si de
ríos se tratase. La
bestia se descuidó, el hombre se aprovechó. Una tormenta surgió,
marcaba el fin de la contienda. El hombre pareció llorar, sus
lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia. Había ganado, pero
en el proceso acabo con el único otro ser que conoció. Se
quedo solo en la lluvia, llorando su perdida, abrazando el ahora frio e inerte cuerpo. Días pasaron, noches nacieron. El hombre permaneció
en el mismo lugar hasta que pereció.
Supongo
que el hombre y la bestia se han vuelto a encontrar, ahora los cielos
rugen más a menudo.
Espero que la hayan disfrutado, y a los que no lo hicieron, es solo cuestión de tiempo y quizás dejar que los mensajes subliminales de control mental dentro del relato hagan efecto.
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